En Argentina, todos los años tienen lugar los Encuentros Nacionales de Mujeres, que reúnen al movimiento amplio de mujeres en diferentes talleres de discusión y actividades culturales y artísticas. Los grupos anti-derechos pertenecientes a la Iglesia Católica acuden también para boicotear los talleres y producir enfrentamientos violentos. Desde hace unos años se hace un alto en la marcha con la que finaliza el Encuentro para pasar por la iglesia de la ciudad donde se realiza y gritar consignas anticlericales y a favor de los derechos de las mujeres, en especial el derecho al aborto. Se recuerda, además, el papel cómplice que tuvo esta institución durante la dictadura cívico-militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Las manifestantes se encuentran con que el templo está firmemente custodiado por militantes católicos que forman un escudo protector del edificio. Es allí donde se producen los enfrentamientos más violentos que queremos exponer para discutir las nuevas formas que adquieren las protestas feministas (exhibición del cuerpo desnudo, uso de la violencia, etc.) frente a un enemigo que también “pone el cuerpo” defendiendo lo que considera sagrado. […]
Este artículo sostiene la idea de que el reconocimiento del matrimonio homosexual, conseguido por el movimiento LGTB español en ese país, constituye una reforma no reformista. Es decir, antes que una reivindicación conservadora, que actualiza los sentidos naturalizados en el matrimonio al imponerlos a nuevos sujetos (homosexuales), constituye un mecanismo hacia su des-institucionalización. Se trataría de una reivindicación que al tiempo que afirma la plena ciudadanía de los grupos LGTB, es decir, su reconocimiento social, deconstruye el matrimonio a través de un doble movimiento. Primero, la comprensión de esta institución como cultural y socialmente construida y por tanto, sujeta a sucesivas modificaciones a lo largo de su historia. Dos, siendo el matrimonio homosexual una contradicción en sí mismo; esto es, desde la red de sentidos y prácticas que integra, este reconocimiento conlleva el desbordamiento de dicha institución. […]
El texto se propone reflexionar sobre una materialidad que disuelve de manera particular las dicotomías corporales: la placenta, la “torta materna”, cuerpo órgano-no órgano transitorio que ha devenido en la contemporaneidad a ser la materia de un nuevo deseo: el de la afirmación de una continuidad entre la vida y la muerte, el de la continuidad expresada en su fagocitación por la madre después del parto.
La nueva ritualidad expresada en ese gesto, beber o comer la placenta, honra una materia que permitió el origen y crecimiento de una nueva vida. Como tejido sin vida se lo hace ingresar en un nuevo flujo de materias y alterar de ese modo las bipolaridades de lo interno y lo externo, lo vivo y lo inerte. Hacer entrar ese tejido posparto y sin vida en el propio cuerpo, después de finalizada su misión orgánica, es darle un lugar nuevamente en la vida. Considerado habitualmente como desecho, se asimila ahora en su potente valor simbólico y carnal […]