La política estructura experiencias a través de técnicas que producen ficciones donde habitar. Constantemente estas ficciones organizan una transmisión coherente de información, la que gracias a los canales de repetición del consenso cotidiano—esos contextos que nos permiten construir nuestras biografías, nuestras historias— pasan a ser llamadas como “realidad”. Así, las hasta ahora bien estructuradas ficciones de la medicina, la ciencia, la religión o la psicología parecieran equilibrar un orden social que debieran seguir nuestros cuerpos. Pero no todas las ficciones tienen cabida. Algunas de ellas, sobretodo aquellas que cuestionan esa coherencia misma de nuestra actual vida moderna, pasan a ser consideradas como falsedades, blasfemias o terrorismos ya que generalmente atacan el orden de las ficciones ya pactadas de antemano: la diferencia sexual, la inferioridad animal, la familia como soporte, la necesidad de un ente superior, la democracia como sistema político, la heterosexualidad como obligación. […]