Guerra Florida, territorio poético feraz, contiene zonas, territorios ante los que mi cuerpo se doblega. Mi lectura conmovida asedia a cada uno en su anchura. Mi emoción se encoge o se ensancha ante las entradas, entrecruces, salidas intempestivas, arremetidas,
permanencias hermosas, laberintos, (trans)fugas, trayectos, huidas. Y sus paratextos. Primero, me lanza a boca de jarro su título, pienso en las xochiyaoyotl, las guerras floridas de las comunidades mesoamericanas. Este primer brote que cojo en mi mano se abre como zona inacabable, una interrogante abierta también del in xochitl in cuicatl, la flor y el canto que brotan desde ella. ¿Cómo se teñían estos encuentros entre comunidades, supuestamente enemigas, cuántas resignificaciones nuestras fallan en el intento por aclarar, transparentar, traducir vana y soberbiamente estos rituales indígenas antes de la llegada de los
colonizadores? Las palabras son esquivas, las traducciones son (mal)intencionadas desde la colonización; las epistemes que han deseado cubrir con su velo occidental estos signos antiguos fracasan una y otra vez. Su estrépito. Entonces, los textos actuales y las investigaciones resultan insuficientes para acordar verdades respecto de estos eventos llamados “bélicos”. No hay verdad. Tampoco bastan “La noche boca arriba” de Cortázar o
las menciones ácidas y paródicas de Bolaño a la lucha armada revolucionaria como guerra florida, la que nos arrojaría a una vida nueva, al hombre nuevo, aunque al parecer no a la mujer nueva. Sin embargo, la boca me queda invadida del sabor de la guerra y las mujeres, las ñañas, esa explosión poética que el poemario de Daniela Catrileo detona, dispara múltiple para mi lectura […]
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