Los múltiples cuerpos políticos de muchachas. Tantos juntos. Briosos, vestidos con ropajes negros, de colores, para la marcha y su organización, la representación, el baile que denuncia, visibiliza, apunta con el dedo; desnudos, con torsos desafiantes, pechos turgentes, las aureolas y sus pezones oscuros, en punta, en eyección para la funa poderosa; esa zona erógena, lugar íntimo, escondido, que nutre en la crianza y la reproducción, aquí se vuelve pura política abierta, resistente, feminista radical; espaldas fuertes que resisten y soportan la lucha más larga; vientres que se multiplican en vaginas sangrantes donde la vida humana puede o no cuajar cada mes; cuerpos hacia adelante, alzados en muros, en estatuas de próceres cardenalicios, de patriarcas ridículos, sostenidos en vallas de contención, tirados en el suelo, arrastrándose en la escenificación del golpe, de la violación, del dominio, del ultraje; llevando en ristre al fuego que los alienta en antorchas ígneas, teñidas de rojo sangre, en ebullición; cuerpos que enrostran a la fuerza policial de frente y esta se empequeñece, se vuelve frágil, volátil porque no sabe qué hacer con esta potencia revolucionaria, porque se ve sobrepasada por esa vitalidad política feminista y revoltosa de muchachas temerarias […]
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