La criminología crítica ha denominado como razón punitiva a toda forma de gobierno que impone su orden a través de la producción industrial de culturas del control, la criminalización institucional y el encarcelamiento masivo. Desde los años setenta, podemos reconocer, han tenido lugar una vasta cantidad de procesos de actualización y reconfiguración del poder capitalista cuyos con-tornos se han perfeccionado a partir de la incorporación de sistemas de vigilancia y técnicas de clasificación social de los sujetos que incorporan el lenguaje numérico de la administración como contraseña, regulada por maquinarias globales de información y represas empresariales que administran las energías libidinales de los cuerpos en movimiento, yuxtaponiendo a la rigidez de las estructuras disciplinares del viejo orden, modalidades renovadas de sujeción dispersa, punición preventiva y dominación total de la experiencia sensible de la vida en común. Sumado a esta reconfiguración técnica, social y económica, ha tenido lugar la emergencia de una moral securitista que imparte una alianza entre el poder que provee el castigo y la sociedad que lo necesita, lo desea y lo consume como espectáculo. Las estructuras carcelarias se molecularizan al punto tal en que es necesario estar cada vez más atrapad*s y vigilad*s para sentirnos a salvo […]
Más allá o quizás debería decir mas acá del actual debate sobre las generaciones literarias (una cuestión disciplinaria que me parece un importante ejercicio de contextualización de los procesos escriturales sólo en cuanto integren los momentos políticos para traducir la materialidad escritural de un tiempo) me gustaría esta vez implicarme en aquellas formas de escritura que desde el activismo sexual involucran al poema, en su forma más amplia y quizás también más política, como canal a través del cual manifestar una incomodidad a la forma del cómo están siendo leídos nuestros cuerpos. Con esto no quiero decir que en el conjunto de escrituras de aquellos de quienes quiero hablar, exista algo así como una generación literaria que creció entre una pos-transición con un capitalismo ciego y una democracia en la medida de lo posible. Son estos los contextos que moldean sus palabras y sus poéticas a formas que reclaman escapar del hogar patrio y sus relatos del miedo a la protesta y a la ficción política como estrategia escritural. Algo así como abrir la puerta de la calle para escribir, volviendo a dibujar aquel cuarto propio feminista pero ahora activándose más compartido. Un cuarto compartido. […]
¿Puede haber un movimiento internacional verdaderamente alternativo,
contestatario y contracultural que se yerga bajo la consigna de lo “queer”?
¿Constituye la conservación y diseminación de dicho vocablo la mejor forma de señalar la diversidad génerico-sexual en una escala planetaria? ¿Constituye la traducción o la promoción de otros vocablos una opción necesariamente más atenta a la diversidad o refuerza, en cambio, actitudes de esencialismo etnolingüístico y de división nacional? ¿Hasta qué punto se puede desligar —o es políticamente productivo desligar— un vocablo del contexto en el que surge? De hecho, ¿qué importancia puede tener un solo vocablo, sea el que sea el contexto en el que surge? En lo que sigue, quisiera efectuar primero un sobrevuelo de la teoría queer tal y como se ha ido elaborando en un contexto hispanohablante, prestando especial atención a cuestiones de lengua, nacionalidad e historia, para pasar luego a una breve presentación de la obra del brillante poeta, ensayista y activista argentino Néstor Perlongher (1949-1992) como ejemplo de una producción diferente aunque afín a la teoría queer.2 Mi objetivo no es ni “enfrentar” ni “reconciliar” a Perlongher con la teoría queer, la cual empezó a cuajar como tal después de la muerte del argentino, sino trazar algunas coincidencias, tensiones y divergencias que tal vez ayuden a complicar—espero que fructíferamente—la teoría y su práctica en un plano internacional […]