No soy el* mism* después de escribir Eroticidades Precarias, tal vez nunca lo he sido. En efecto, la escritura es una operación en la que devenimos alguna otra cosa, no una mera expresión de lo que pensamos (como si eso fuera posible), sino un verdadero ejercicio de exposición en el que no sabemos qué se-remos, en qué nos convertiremos a su término. Nos vemos desposeíd*s por las palabras que se escriben, lo que habilita al mismo tiempo la emergencia de un nuevo yo que será expropiado una y otra vez. Y aun así, elijo la primera persona del singular para escribir –siguiendo una larga tradición dentro de las teorías feministas y en la que quiero inscribir este trabajo. Podría concatenar varios epítetos al lado de este yo que aparece: marica, promiscuo, blanco, becad* por el Estado, con diagnóstico de temblor esencial, hij* de clase obrera, afemina-do, de voz chillona, ex católico, formad* en filosofía, porteño viviendo hace más de diez años en Córdoba (provincia policializada, conservadora y homolesbotransfóbica, aunque también, históricamente resistente y combativa), etc. Estos epítetos son también parte de mi lugar hermenéutico (mu-dable ciertamente) y desde allí me paro en principio para entablar los diálogos en los que este texto es apenas una instancia; un momento en que asumo la palabra para decir a qué conclusiones he llegado y qué preguntas me parece importante formular; una oportunidad para seguir dialogando, para seguir discutiendo con otr*s que se sumen a los debates iniciados […]
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