El tiempo de Julieta Kirkwod, los ochenta en Chile, impulsó el cultivo de la rebeldía feminista. Como nunca se sintió al “patriarca ridículo” tan próximo, tan absurdo en su autoritarismo y en su arbitrariedad amiga de la muerte. En ese territorio minado surgió la necesidad de preguntar cómo llegamos a estar allí, de ese modo, en medio de la opresión. Y en las respuestas tentativas, desde las mujeres, aparece una claridad que estaba dormida. En el intento político por resistir, por transformar esta sociedad hecha de prótesis, estratificada férrea y discriminadora en clases sociales, erigida desde una democracia tan frágil, incapaz de sostener un proyecto revolucionario transformador, algo se comienza a develar como extraño, perturbador, como sonando en otro tono. […]
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