Algo nos incomoda en la representación. Hay algo que nos molesta y que nos provoca una sospecha tan grande que aún no logramos tranquilizar esa incomodidad que nos surge del vínculo entre lo representado, su tiempo, los efectos producto de una sensorialidad ya aprendida y los canales tradicionales de transmisión del relato del cuerpo. Algo hay ahí que parece que nos engaña siempre, hay algo ahí, en esas narrativas que aún nos parece dudoso, muy dudoso. Y esto se acentúa cuando hablamos de representación de las sexualidades que se resisten a clasificar su ?supuesta” identificación en el trinomio sexo-género-deseo que tan organizadamente ha sabido imponer sólo posibles combinaciones entre sus factores. Y de todas esas posibles combinaciones que se entregan según las reglas de la lógica, culturalmente se aceptan sólo algunas. Sólo algunas, nunca todas, interponiendo así una ley de posibilidades acotada. Y nosotros imaginando que aún pueden existir más que las que la lógica nos dice, que las que la cultura permite y las que algunas desobediencias proponen. Nosotros pensando que hay otras también. […]
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