«¿Te acordás cuando creíamos que hacíamos parte de todo esto?» me pregunta un amigo sudaka en medio de un evento de visibilidad lésbica en un centro cívico gestionado por el ayuntamiento «del cambio» en Barcelona. Le sonrío y asiento. «Ahora me parece todo tan blanco, tan racista», concluye. Habíamos ambos estado en colectivos autónomos en Madrid y Barcelona, mientras creíamos que éramos parte de esos espacios. Considerábamos que las diferencias no eran imposibilizantes. Tardamos años en darnos cuenta de que nuestra pertenencia estaba condicionada. Compartíamos los deseos iniciales de llegar, estar, ser parte de, poner nuestra energía en colectivos y espacios de acción política, construir y construirnos en estas geografías europeas donde buscábamos encontrar a nosotras y a las demás. Su frase quedó retumbando en mi cabeza por varias semanas. Resumía muchos años, silencios y desencajes no explicados ni entendidos. Algunas feministas dicen que el feminismo les jodió la vida porque después de él ya no se puede ver nada como antes. Muchas migradas y racializadas decimos que el antirracismo transforma no solo nuestra mirada sino toda nuestra existencia en estas tierras coloniales. […]
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