La traducción como gesto poético y político de volver disponible una voz con las manos lingüísticas de otrxs, siempre se cose des- de una trama afectiva y (con)textual que provoca y convoca ese deseo de invitar a una conversación a esa lengua que nos resulta excitante. A veces, el acto de traducción comienza con la imposibilidad de la lectura, otras, con un pulso por escuchar un modo de decir que sigue inventando el pensamiento, y también, por la urgencia de compartir esa tercera materia con la que entra en contacto el aprendizaje que no opone ignorar a saber. Dar cuenta de los márgenes paratextuales que cosen la traducción como resonancia políglota es reconocer un hacer colectivo, desde quien llega a ese texto, quien lo quiere hacer disponible, quien lo traduce, quien lo corrige, quien lo pone a circular… una política de intervención que vuelve accesible un pensamiento, no por una cuestión de moda (bajo el imperativo neoliberal de innovación: ¡ahora hay que leer esto! o siguiendo el ordenamiento de las palabras como claves de las mediciones académicas: ¡esto tiene valor en el mercado del conocimiento!) sino como apenas rasguño en los debates actuales que nos interesan y nos involucran. Por eso queremos nombrar la conspiración de ese gesto con el que hacerse compañía con otras lenguas que fogoneen nuestro arte de prestar atención. […]