El libro constituye un esfuerzo por abordar un vacío analítico a la vez que define una propuesta política. Y es que este texto emerge de ese encuentro entre investigación académica –se inscribe en un proyecto del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid al que Silvia L. Gil estaba adscrita– y el activismo de la autora vinculada desde hace años a la Eskalera Karakola.1 Produce, por tanto, un “conocimiento situado” que, sin embargo, no es explicitado ni problematizado a lo largo del texto: ¿Qué permitió y qué dificultó esa posición en los feminismos para la realización de la investigación? […]