Las políticas estatales con respecto a las necesidades habitacionales de cierto tipo de familias – digamos tradicionales – implican hasta hoy y seguramente lo seguirán haciendo, la urgente necesidad del establecimiento de un espacio de habitación cerrado, clausurado y mínimo. Cito la página institucional del SERVIU, “dar solución habitacional preferentemente a las familias del primer quintil de vulnerabilidad, a través de un subsidio habitacional que permite el financiamiento de la vivienda”. Estas medidas de alojamiento que el Estado establece sobre los individuos está poblada de ideas y certezas preconcebidas sobre la misma utopía de lo que en chile se ha denominado, sobre-todo luego de los procesos migratorios y metropolizantes de la ciudad, “el sueño de la casa propia”, sueño que claramente no se corresponde con el ideal higiénico y confortable al que aspira y es claro entonces que soluciona de manera mediocre problemas de hacinamiento, que si bien no permiten una elaboración consecuente de la vida en la modernidad y sus supuestas necesidades, sí mitigan las realidades más inmediatas por decirlo de alguna manera. ¿Por qué digo esto?, y es que me refiero principalmente al tema que voy a abordar en este texto, pues es una primicia localizada que surgirá como interrogatorio a las necesidades que me permitirán exponer una suerte de nueva visibilidad, no obstante estos cuerpos y los sujetos que habitan en ellos no son, digámoslo de cierta forma, los participantes oficiales de las épicas de la nación (cuestión que pongo en duda), sino más bien son parte de esa pequeña historia de chile, una historia siempre precaria, más callejera, en la que nos miramos la tristeza diaria como quienes silenciosamente ocupamos la ciudad, en un acto de no renuncia o más bien de imposibilidad de la evasión del fatum […]