Amarela Varela Huerta

Por el derecho a permanecer y a pertenecer

Las grandes transformaciones que han caracterizado a nivel global la geografía, los modelos y la composición de los movimientos migratorios de las tres últimas décadas se han hecho sentir de manera bastante peculiar en países como Italia y España. Durante mucho tiempo tierra de emigración, estos países han vivido una rapidísima «transición migratoria», que los ha transformado en zonas de tránsito y asentamiento para un número creciente de hombres y mujeres migrantes. Esto ha dado lugar a una transformación radical de nuestras ciudades, mercados de trabajo, estilos de vida y culturas. Como parte de la crisis del fordismo, en particular, la «transición migratoria» ha acompañado los procesos de flexibilización y precarización del mercado laboral, y más en general, de la sociedad. La fragilidad del estatuto de los migrantes, de por sí característica constitutiva de las experiencias migratorias en la modernidad, se ha multiplicado con estos procesos. El nexo entre permiso de residencia y contrato de trabajo ha alargado la sombra de la precariedad hasta las propias condiciones de vida de los migrantes; esta ha asumido los ropajes de una «deportabilidad» generalizada (eso sí, vivida de forma diferente según las diversas posiciones jurídicas) y ha actuado en general como freno a la movilidad social, de forma todavía más dramática desde el inicio de la actual crisis. La imagen del migrante «ilegal», o «clandestino», ha predominado tanto en la retórica pública y mediática como en la definición de las políticas migratorias estatales y europeas. Es una tendencia relativamente reciente, como lo demuestran ya muchos estudios; no en el sentido de que en otros momentos no haya habido personas que migraban en condiciones «irregulares», sino porque solo tras la crisis de 1973 la figura del migrante «ilegal» adquiere la centralidad que conocemos. Y la demostración (también en este caso avalada por un gran número de estudios en contextos diversos) de que esta figura es producida por las propias políticas migratorias no basta obviamente para impedir que en torno a ella trabajen de buen grado emprendedores políticos del miedo y el racismo, con las consecuencias por todos conocidas. […]