A lo largo del tiempo distintos estudios de las ciencias sociales han rendido cuenta de las vulnerabilidades a que nos vemos expuestas las mujeres por el solo hecho de nuestra asignación biológica. Biología que se acompaña no sólo de características corporales sino que de que construcciones sobre cuál es nuestro rol histórico en las distintas sociedades, territorios y contextos que habitamos. Las típicas divisiones entre el rol productivo y reproductivo (Sennett, 2001) que cumplimos, que se asocian directamente con la división social del trabajo entre las esferas públicas y privadas; más allá de las distintas “evoluciones” que se hayan dado de acuerdo a nuestras historias de vida, se exacerban y potencian toda vez que enfrentamos crisis socio-naturales, desastres y situaciones de emergencia. La separación de dichas esferas se lee tanto social como políticamente como un constructo deontológico del que no podemos escapar, y que las crisis nos vuelven a recordar con una fuerza especialmente potente. […]
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